Quinta Echeguren rincón mágicos de Mazatlan

La Quinta Echeguren es uno de esos rincones mágicos de Mazatlan que guardan cientos de historias con una vista increíble del Pacifico

La residencia de la familia Echeguren, una de las más ricas de Mazatlán, fue destruida dos veces por el fuego; y, como si una maldición pesara sobre ella, el lugar donde se levantaba imponente la llamada Quinta cumplió cincuenta años de encontrarse baldío. Aunque los Echeguren sólo ocupaban ocasionalmente su residencia, la Quinta era famosa a finales del siglo pasado, por las grandes fiestas que allí se celebraban. Doña Plácida Herrerías de Echeguren, la anfitriona, era el centro de las reuniones. Amado Nervo, en sus tiempos de reportero en El Correo de la Tarde, realizó las crónicas de tan sonadas celebraciones. El ambiente era fastuoso y el derroche, la nota típica de cada evento. El encargado de cuidar la casa murió en ella víctima de la peste bubónica en 1903. La finca fue incinerada por instrucciones de la Junta de Caridad debido a su localización justo en uno de los barrios donde tuvo su origen la epidemia, según el Dr. Martiniano Carvajal.Un año más tarde, El Correo de la Tarde daba la noticia de que un nuevo chalet de Echeguren se construía en la falda del cerro del vigía. El reportero brinda una idea precisa de las dimensiones de la obra: Se está construyendo actualmente una bonita finca, que contribuirá a hermosear este barrio poblado ya de pintorescos edificios.

Pedro Echeguren encargó los planos al Ing. Arquitecto Elizalde de San Sebastián, España, y enviados al representante de Echeguren en este puerto. Los trabajos de albañilería fueron dados a los Sres. Ramírez y Cía., quienes desde hace quince días comenzaron los trabajos de cimentación. Los cimientos son de roca y mezcla con 90 cm. de espesor. La piedra se ha arrancado del mismo cerro por medio de cohetes de dinamita. Se ha rebajado además el camino que conduce al chalet con objeto de que puedan subir fácilmente los carruajes. El cuerpo principal del edificio medirá 27 metros de largo por 20 de ancho y por la parte del mar se construirá una torre de tres pisos. El departamento destinado a la servidumbre quedará al mar, medirá 16 metros de largo por 10 de ancho y debajo de él habrá un sótano para almacenar vinos. El comedor, el salón para fumar y la sala quedarán en la planta baja y en el segundo piso habrá cinco dormitorios, varios salones serán decorados con todo lujo, tocador, un mirador, una terraza, etc. El departamento que en este piso se destinará a la servidumbre, se compondrá de tres departamentos, baño, dormitorio, etc. La altura del edificio será de 20 metros que, con cinco más que se prolongará la torre hacen un total de 25. Un total de 80 hombres trabajan en la construcción. Como se ve, por los datos anteriores, el chalet del Sr. Echeguren será mejor que la quinta destruida, mejor y más elegante, y aquella porción de la ciudad habrá ganado mucho con la substitución.

Cuarenta años más tarde, el chalet fue noticia de nuevo: “La histórica Quinta de Echeguren semidestruida por una descarga eléctrica.” El doce de septiembre de 1944 una tormenta dejó enormes daños en el puerto. Hubo una gran cantidad de chozas derribadas por el ventarrón, pero el incendio de la Quinta fue tema de muchos días. La nota principal de El Correo de la tarde explica los pormenores del percance en su edición del día 13: Durante lo más recio de la tormenta, una descarga eléctrica cayó sobre el pararayos del edificio, pero, como el cable de descarga a tierra estaban desconectado, el fluido descargó sobre el maderamen produciendo el incendio. Cerca de las 24 horas se dio aviso a la policía y a los bomberos. Los trabajos de salvataje fueron estériles consumiendo el fuego las techumbres y parte de la planta alta, salvándose los pisos inferiores. La chispa que produjo el incendio, también encendió la imaginación. A raíz del fuego empezaron a tejerse un sinfín de historias sobre la Quinta. La muerte de los encargados, uno de fiebre bubónica y otro de tuberculosos; la presunta muerte de la esposa de Pedro Echeguren; y, los dos incendios, dieron pie para que se urdiera una leyenda negra alrededor de aquella extraña casa.

El “historial romántico” –delineado por el propio periódico aquel día, recoge el feliz alumbramiento de las primeras fantasías:

El Sr. Echeguren, deseando traer a su esposa, que radicaba en San Sebastián, España, a esa ciudad, quiso darle la impresión de trasladarle la finca en que habitaba. De esta manera, se trajeron las fotografías y planos del edificio construyéndose la Quinta, copia exacta de la que habitaba la Sra. Echeguren en San Sebastián. No quedó olvidado ningún detalle, se le hizo la misma distribución de parque y jardines, de habitaciones, la orientación con la misma vista al mar. Se sembraron también plantas similares, se trajeron muebles iguales, tapices y alfombras, llegando la minuciosidad hasta las condiciones de acústica de las habitaciones. No se olvidaron tampoco los animales y plantas exóticas. Cuando el Sr. Echeguren emprendió el viaje para traer a su esposa, esta falleció, no pudieron por tanto ocupar el edificio construido especialmente para ella. De este modo la Quinta permaneció generalmente deshabitada, teniendo solo personas encargadas de su conservación y aseo. Las ruinas, abandonadas durante mucho tiempo, alimentaron las versiones más lúgubres sobre la tragedia de la Quinta. A punto de cumplirse los primeros cincuenta años del incendio, el lote – donde estuvo este “castillo”-, sigue baldío. ¿Será que el fuego lo señaló como un lugar donde nunca debió levantarse edificación alguna?.

“La quinta era bellísima. Tenía pisos de parquet y acabados traídos de Europa. Estaba amueblada con mucho lujo. Era casi toda de madera, sólo unas cuantas paredes eran de ladrillo. Los pisos y escaleras eran de maderas muy finas… “A mi me contaron que la Quinta la mandó construir uno de los hermanos Echeguren… que la mandó hacer copiando el palacio donde vivía en España… que en cuanto la terminó se fue a España a casarse y que nunca regresó, por la pena, pues de recién casados, murió su esposa… “La Quinta estuvo desocupada hasta que se la rentaron a los Corvera-Gibson. Por ciero, la Sra. de Corvera, de señorita fue reina del carnaval y él, que era su novio, la acompaño en todos los actos, como se usaba entonces. Al poco tiempo se casaron y se fueron a vivir “al castillo”. Me acuerdo que pagaban seiscientos pesos de renta, que era un dineral, una fortuna; pero no para el señor Corvera, era dueño de la Fábrica de Hilados de Villa Unión… “La casa ya tenía muebles. Casi todos traídos de Europa con las iniciales de Echeguren y su esposa. Pero, mientras vivieron allí, los Corvera compraron los suyos y guardaron los otros en una como bodega, dentro de la misma casa… “Yo cuidé a los hijos de doña Carmen y don Bernardo hasta que se fueron de Mazatlán… “Una familia de apellido Páez se quedó a cuidar la Quinta. El señor Páez se enfermó de tuberculosis y ahí murió. Como él era el velador, su familia se fue, quedando solo el caserón. Así estaba cuando le cayó el rayo o la centella, no se bien que fue… (Narración de doña Cleotilde Bernal, recopilada por Lucila Aldama).

Los Echeguren eran la familia más rica de Mazatlán; pero, vivían en España. Varias generaciones de esta estirpe fueron dueños de minas de la región, de comercios, industriales y terrenos. Muchos de ellos nunca pusieron un pie en estas tierras. Don Pedro y don Francisco Echeguren y Quintana se establecieron en Mazatlán por los años sesentas del siglo XIX. Su fortuna estaba ligada a las minas de Guadalupe de los Reyes. En 1863 eran ya dueños de la mayoría de las acciones de esa negociación minera, una de las más prósperas de la región.

En 1877 murió Don Pedro Echeguren y Quintana. Su herencia se distribuyó entre su viuda Doña Concepción Moreno sus cinco hijos y su hermano Don Francisco. Por esa razón, la hasta entonces “Compañía Echeguren Hermanos” cambia de nombre por el de “Francisco Echeguren, Hermana y Sobrinos”.

La hermana y los sobrinos se desentendieron del manejo directo de su patrimonio mazatleco. Tres de las cuatro hijas de don Pedro Echeguren y Quintana contrajeron matrimonio con nobles franceses y españoles; con el Barón de Dampierre, el Vizconde de Chollet y el Conde de Mayor. Sólo el marido de la menor, un español acaudalado, por un tiempo, apareció como socio industrial en los negocios porteños de la familia.

Las riendas del patrimonio familiar las mantuvo Don Francisco Echeguren y Quintana de 1877 hasta 1901. Es probable que él y algunos otros de los dueños de las minas de Cosalá hayan aportado el dinero de la recompensa que el gobierno pagó por Heraclio Bernal. El bandido generoso asoló aquellos minerales y seguramente, en más de una ocasión, se cruzó en el camino de la fortuna de los Echeguren.

A partir de 1901, el patrimonio quedó en manos de Pedro Echeguren y Herrerías. Al amparo de las buenas relaciones que padre e hijo cultivaron con el gobernador de Sinaloa, Gral. Francisco Cañedo, sus caudales se acrecentaron aún más y con rapidez. Pedro Echeguren y Herrerías fue quien mandó construir el chalet del Paseo del Centenario. Fue el último que buscó mantenerse cerca de sus negocios, así fuera sólo por temporadas.

Para eso edificó la hermosa Quinta; pero, no la disfrutó, pues, poco después de concluida la obra, murió en 1907.

Después, al parecer ninguno de los hermanos y primos se quiso responsabilizar directamente de los negocios familiares: La Mercería Nueva, los Almacenes Echeguren, las compañías mineras de Guadalupe de los Reyes y de Copala, la fábrica de hilados La Unión, la Junta Abastecedora de Agua e innumerables inmuebles fueron administrados, a partir de entonces, por agentes de Mazatlán.

La sólida unidad del patrimonio familiar, que se había mantenido por más de cincuenta años, no tardó en resquebrajarse. Claro, no sólo la fragmentación de la fortuna condujo al decaimiento de la influencia de esta familia en la vida mazatleca. El fuego, esta vez de metralla, marcó nuevos derroteros a nuestra sociedad.

Caminos que alejaron del puerto definitivamente a los Echeguren con todo y sus aspiraciones nobiliarias.

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